En música, me gusta la innovación, la novedad y la originalidad como al que más. Me gusta que me sorprendan, me encanta no saber qué coño está pasando en el escenario, qué es eso tan excitante que me hace sentir bien aunque no lo entienda todavía. Pero con lo que no comulgo es con la tontería de la novedad porque sí, con la pesadez de la originalidad ante todo. Ese insufrible tonillo de superioridad intelectual que lastra a gran parte de nuestra crítica musical (sobre todo a la más insegura, y por lo tanto la más arrogante), capaz de encumbrar a más de un tostón inaguantable a la vez que desprecia a grandes compositores que basan su repertorio en la emoción y en la sencillez, simplemente porque estos últimos sólo hacen "más de lo mismo".
Viniendo a casa en el autobús he leído un texto del siempre brillante Nick Hornby que lo explica a la perfección (en inglés, lo siento: no tengo tiempo para detenerme a traducir con un mínimo de rigor): "Literature seems to have just about maintained a toe-hold in our culture because we're prepared to accept that books can be sui generis: Zadie Smith's White Teeth, for example, represents nothing but itself. It isn't at the forefront of a new, young, hip, multicultural, etc. literary revolution, and it belongs very firmly to a familiar narrative tradition. But that doesn't make it any less of an achievement, or any less interesting; and it certainly hasn't made it unpopular, either with critics or with readers. If it had been a record, however, we'd probably have ignored it; the general view would have been that we've heard all that great writing and ambitious narrative stuff before, thanks very much, and we're waiting for something new to come along".