miércoles, mayo 20, 2020



Ayer se fue Ernesto González y, desde entonces, no he dejado de llorar cada vez que alguien me pregunta o me manda un abrazo, de reir cada vez que nos contamos anécdotas entre amigos (y las hay a cientos; tras su fachada de sobriedad y corrección, Ernesto era divertidísimo), de llorar otra vez cuando me doy cuenta del vacío que nos deja.

Este vídeo fue su preciosa manera de despedirse, elegante y discreta como él. A los amigos nos mandó también un mensaje personal, diciendo adiós.

Ayer dije en twitter que no sabría ni por dónde empezar a describir su talento, su influencia, su autoridad, su magisterio y su humildad. Solo puedo decir que es una de las mejores personas que he conocido en toda mi vida, que estoy muy orgulloso de haber podido compartir parte del camino con él y que espero quizá haber aprendido algo del tiempo que hemos pasado juntos.

Las muestras de cariño sincero están siendo infinitas. Cómo me gustaría pensar que lo está viendo, estoy seguro de que le gustaría verlo, nunca se lo acabó de creer. Ernesto fue sembrando durante toda su vida un camino de respeto y cariño que ahora se muestra abiertamente y me hace pensar que tenemos que decirnos más que nos queremos, que nos admiramos, que nos debemos aprendizajes o lecciones. Por suerte, eso sí se lo dije. Hace una semana, cuando ya sabíamos que aquello era casi una despedida, y también muchas otras veces antes, aunque enseguida cambiaba de tema porque le daba mucha vergüenza.

Nunca quiso ser un líder, aunque muchos le tratáramos como tal. Prefería el papel de secundario imprescindible, lo que no impide para nada que la suya sea una figura crucial en tantos momentos de creación y consolidación de la escena musical independiente en España. 

Ernesto estuvo en Munster cuando la Movida era un recuerdo lejano (¡y solo hacía cinco o seis años!) y no había ya casi ninguna otra discográfica independiente (Elefant y Subterfuge llegaron después); estuvo en Comforte y en Running Circle, ayudando a armar un tejido de distribución de discos que nos alimentaron a muchos, especialmente fuera de Madrid. Fue confidente y asesor de Acuarela, en los mejores momentos del sello. 

Y su papel en el FIB, especialmente en sus años dorados -pero no solo en esos años-, fue capital: desde los inicios, cuando entre él y Fran Franco hacían el trabajo de veinte personas, pasando por su influencia indudable en la confección de los carteles de los mejores años (los mismos que la gente criticó en su momento y reivindicaba años después) o su política de apoyar a medios pequeños, fanzines, radios comunitarias, que tantas peleas nos provocó con los managers y agentes de algunas figuras e incluso con la dirección del festival, pero que decidíamos mantener porque sí, por empatía y por respeto y por no olvidar de dónde veníamos nosotros también.

Ernesto es una de las mejores personas que he conocido y me deja un vacío enorme. A partir de ahora, mi único recurso será pensar "¿qué haría Ernesto?". 
Pero esto último lo expresaré mejor con el tuit que publicó anoche Fran. Suscribo cada palabra.