lunes, agosto 28, 2017

Hace unos años estuve trabajando una temporada con Bigott, ayudándole a abrir camino en varios mercados internacionales.
En Lisboa, como teníamos tiempo antes del concierto, fuimos a tomar algo al Pavilhão Chinês, un delirante homenaje al horror vacui que todo el mundo que haya ido alguna vez a la ciudad conocerá seguro.
Empezamos a jugar una partida de billar. En ese local está todo tan apelmazado que el juego exige una precisión adicional: la de no romper nada, aunque esté la cosa difícil, ni tampoco dar con el palo a ningún cliente que esté tranquilamente sentado tomándose algo.
Preparando un golpe, inclinado como un depredador sobre la mesa de billar, el taco que sostenía Bigott se quedó a dos milímetros de la nuca de una mujer que estaba sentada justo detrás. Quedó tan cerca, y estaba él tan concentrado, que podía perfectamente haberla desnucado de un golpe seco.
Aliviado, pero aún tenso por si se repetía la jugada, desde el otro lado de la mesa le transmití mi inquietud con un gesto. Él miró a la mujer, que seguía hablando con sus compañeros de mesa ajena a toda la situación. Puso de nuevo el palo pegado a su nuca, se inclinó sobre el tapete y, con esa mirada traviesa que tiene, encogió los hombros y dijo: "¡Desnooker!".