sábado, febrero 16, 2013

Después de más de una semana de conciertos en la península, hoy Mark Eitzel está en la carretera de nuevo, camino de París. Han sido nueve días de conciertos maravillosos, mágicos, de disfrutar, emocionarnos, reír y casi llorar con esa voz como de otra época. De cuando los cantantes sabían cantar, de cuando eran capaces de modular sin gritar, de acariciar sin perder intensidad, de transmitir la pasión incluso en un susurro.





Ha sido (está siendo) una gira muy larga. Treinta y ocho fechas en total, con algunos días libres entre medias. A estas alturas casi todo el mundo sabe que la carrera de Mark sufrió un parón inesperado cuando su corazón decidió que no podía seguirle el ritmo hace un par de años. Le comenté que quizás no era buena idea embarcarse en una gira tan larga, con lo agotador que puede llegar a ser pasar entre cinco y diez horas diarias en una furgoneta y después darlo todo en el escenario, y su respuesta fue: "Lo sé, pero no puedo hacer otra cosa".
La respuesta tenía dos lecturas y los dos lo sabíamos. La positiva, la que sale en las entrevistas, es la misma que responderíamos todos los que padecemos de la misma obsesión que él por la música: "no sé hacer otra cosa, esto es mi vida, no podría dedicarme a otra cosa"; la negativa o preocupante, la que me ha hecho escribir esto ahora, es otra: "No puedo hacer otra cosa, si no hago tantas fechas no me sale rentable salir de gira y necesito salir de gira para poder vivir".
La gira española ha ido razonablemente bien. Alrededor de un centenar de personas por concierto. La mayoría de promotores han quedado más que contentos y el público ha podido ver a Mark en un momento especialmente brillante, aunque él insista siempre en que ha dado un concierto penoso (es la losa de autocrítica feroz que lleva siempre sobre sus espaldas). En Radio 3 le cogieron un cariño tremendo en solo diez minutos de entrevista, en Madrid se ganó al público barriendo el escenario él mismo tras romper su copa de vino, en Córdoba le apodaron "el Cabrero californiano" (ver foto).
Pero esa gira ha incluido también un accidente de tráfico, un batería escayolado, una larga visita al hospital, varias noches con solo cuatro horas de sueño, compras de vuelos de último minuto para sustituciones de última hora, gastos inesperados que ensucian el balance y reducen su beneficio final. Y esto solo en España.
Mark ha pasado ampliamente la barrera de los cincuenta. Con American Music Club compuso canciones que estarán siempre en la memoria de los fans, que sentaron las bases de lo que es hoy en día el rock supuestamente alternativo. Le debemos mucho. Y ahí sigue, autoeditando sus discos (en EEUU es Merge Records, pero en Europa lo saca el sello de su manager) y girando sin parar y sin exigir cachés desorbitados, convertido en un obrero del rock hasta que la edad o la salud le jubilen.
Piensa en todo esto la próxima vez que te descargues el disco de alguien como Mark, que tiene una base de fans suficiente como para reunir a mil personas en diez días, pero no para vender mil discos en un mes. Eso ya no, ahora los discos son gratis. Por eso hay gente que, a pesar de que puede acabar pagándolo con su salud, debe seguir saliendo en giras larguísimas para mantener un nivel de ingresos digno. Y lo hacen con orgullo y con pasión, sin quejarse, sintiéndose afortunados. Pero no está de más que sus fans reflexionemos sobre ello, los buenos momentos que pasamos con su música también merecen nuestro apoyo.
Ya que estamos, una recomendación: "Don't be a stranger", el último disco de Mark, es una joya; de lo mejor que ha hecho en diez años por lo menos. No estaría de más que se lo compraras.

lunes, febrero 04, 2013

"El Sonotone de Palma era un antro. El escenario estaba a metro y medio de altura y se accedía a él por una escalera de madera destartalada. Detrás del escenario había un camerino sucio pero con una ventaja: tenía un baño para el grupo. Al menos, no tendría que hacer cola para ir al baño de la sala antes del concierto, algo de lo más odioso. Los monitores tenían poca potencia y el equipo de la sala era una auténtica mierda. Pero no nos importó: el local estaba lleno, era sábado por la noche y Mallorca nos encantaba (...).
La gente de la península nos preguntaba, incrédula, por qué tocábamos en Mallorca; lo normal es que las giras de los grupos no pasasen por la isla. Primero, porque nos llamaban para tocar, lógicamente. Y segundo, porque adorábamos Mallorca. El promotor siempre nos ponía en un hotel aceptable en la playa, con habitaciones individuales, y nos invitaba a una comida fantástica. Y, además, estaba el público, muy entusiasta. ¿Qué importaba si solo funcionaban algunos monitores y las luces se apagaban? Los mallorquines se lo pasaban en grande, y a nosotros nos encantaba su forma de ver la vida".

Extracto de "Postales negras", la autobiografía de Dean Wareham (la traducción es de Tito Pintado), editada por Libros de Ruido en 2012.
Todo lo que dice Dean en el primer párrafo, hasta el último detalle, es rigurosamente cierto. Lo bien que lo pasábamos también es absolutamente fidedigno.