viernes, marzo 26, 2004

Esta crítica saldrá en el próximo número de la revista D-P.
Otro día colgaré algunas otras relacionadas. Siempre olvido que hay cosas que escribo y publico que debería colgar aquí.

Kiko Amat – “El día que me vaya no se lo diré a nadie” (Anagrama).
Según la sucinta biografía de la contraportada, Kiko Amat “vive en Barcelona, pasea en Vespa y elude magistralmente todas sus responsabilidades”. No se me ocurre mejor definición -especialmente esa última frase, que dice tanto en tan poco espacio- para describir esa etapa de la vida en la que el mundo real te mira torvo y desafiante, mientras aplicas una nueva botella de suero a los mitos de tu adolescencia. “El día que me vaya...” va de eso, de mitos, y de libros y canciones capaces de cambiarte la vida. El protagonista, Julián, prepara con cariño una cinta para la chica de la que se acaba de enamorar: “encuentra el disco que estaba buscando en el sitio totalmente incorrecto y se acerca al plato otra vez. Se pregunta si a ella le gustará la cinta, a lo que se responde que seguro, y se pregunta si ella entenderá cómo esos discos le han enseñado a vivir, le han hecho llorar, le han hecho bailar, le han hecho sentirse fuerte y le han ayudado cuando estaba triste. Nada en su vida puede explicarse sin esos discos. Todos esos discos le han salvado la vida, por decirlo de alguna manera. Un dos tres salvado por todos. Julián sonríe y baja la aguja”.
Sí, este libro es nuestro “Alta Fidelidad” de andar por casa, y Amat, que esparce sus siempre brillantes comentarios por varias revistas musicales patrias, es nuestro Nick Hornby con flequillo. Nostalgia, desencanto, rabia y unas ganas irreprimibles de escapar, adonde sea pero lejos, de la angustia y el aburrimiento de lo que el resto del mundo considera una vida normal. ¿Dónde puedes encontrar mejor refugio que en los libros y los discos? “El día que me vaya...” es uno de esos refugios, un libro que quizá no cambiará ninguna vida, pero que sí deja claro cómo esos libros y esos discos que se amontonan desordenados en casa de Julián -que son los mismos que hay, seguro, en casa del autor- cambiaron un día para siempre la vida de Amat, y le llevaron a escribir este libro, en el que una historia de amor rebelde e inconformista, sencilla y enternecedora, cuenta con una banda sonora de lujo: Dexy’s, Style Council, Dennis Alcapone, McCarthy, De La Soul, Comet Gain, David Axelrod. Mira qué te digo, me encantaría que algún día Kiko Amat me grabara una cinta.

miércoles, marzo 17, 2004

PÁSALO

Copio y pego del blog de Elena el relato de Koral Herrera sobre la reacción civil del sábado, día de reflexión previo a las elecciones. Es largo, pero por momentos llega a emocionar, y sirve para aumentar esa ilusión de la que hablaba ayer, además de contarnos -a quienes estuvimos de marcha y no nos enteramos de todo esto- lo que los medios no se atrevieron a cubrir (no exactamente, o no todos: el domingo por la mañana Jonfi contaba eufórico lo que había visto de las manifestaciones espontáneas a través de CNN-Plus la noche anterior).
Por cierto, no tengo ni idea de quién es Koral Herrera. Pero me cae bien.

PASALO. Así terminaba el mensaje que recibí en torno a las tres de la tarde anunciando una concentración silenciosa por la verdad frente a la sede del PP en la calle Génova. Así comenzaba algo que con el paso de las horas iba difundiendose minuto a minuto. Por cada mensaje que la gente recibía, se enviaban diez, quince, veinte mensajes más. Hubo gente que recibió hasta diez mensajes de grupos de gente diferente: familia, trabajo, lugar de estudios, gente del colegio, del barrio, y esos mensajes se multiplicaron hasta el infinito, propagandose como las llamas de un incendio por efecto del viento. A las seis de la tarde un despliegue policial protegía la sede del partido y sus efectivos pedían la documentación a todo manifestante que llegaba. Media hora después, sin embargo, la concurrencia de tantos madrileños sobrepasó la capacidad policial y una hora más tarde la calle Génova era un hervidero de gente gritando de rabia y pidiendo explicaciones al gobierno de la nación. Había gente que lloraba, otros expresaban su indignación a gritos, mentirosos, asesinos, te dijimos no a la guerra; vuestra guerra, nuestros muertos; no estamos todos, faltan doscientos; mentirosos, vosotros tenéis chófer, nosotros cercanías; lo sabe todo el mundo menos nosotros; los muertos no se utilizan, basta de manipulación, y queremos salir en La Primera.

La prensa que se encontraba tras el cordón policial era mayoritariamente extranjera, y había un gran despliegue de antenas parabólicas de cadenas televisivas europeas. De las calles adyacentes y bocas del metro salía cada vez más gente de todas las edades y razas que se unían a la concentración, que de silenciosa al final no tuvo casi nada porque se nos hacía difícil permanecer callados cuando se pretendía celebrar un minuto de silencio. Siempre alguien lo rompía con algún grito: mentirosos, asesinos. Las lágrimas y la indignación se propagaban de igual modo que la información. La gente estaba pegada a sus transistores y los móviles sonaban sin parar para transmitir información a la gente, que a su vez propagaba las noticias, que corrían de boca en boca.
Cuando Rajoy declaró a los medios que la concentración era ilegal e ilegítima, y acusó a sectores del PSOE de haberla organizado, la multitud rugió y contestó:
¡nos han convocado los asesinados!, y ¡la voz del pueblo no es ilegal! Cómo ibamos a ser ilegales, cuando el gobierno seguía mintiendo, ocultando información y violando los derechos más elementales del pueblo: el derecho a la libertad de expresión y al derecho a la información. En TVE 1, Cine de Barrio.

En Génova pasaban las horas y los ánimos se iban encendiendo cada vez más. Seguía llegando gente, y no se veían banderas de partidos políticos ni sindicatos. Sólo pancartas improvisadas con cartones y bolígrafos. Tampoco la gente cantaba; todo eran gritos de dolor e indignación. El jefe antidisturbios confesaba a un reportero de la SER que no podían disolver la concentración por la fuerza porque eramos ya más de 5 mil personas y no era cuestión de cargar contra la muchedumbre donde había ancianos y niños. Cada vez que algún miembro de la sede se asomaba a la ventana la gente rugía y pedía la verdad, y mientras, seguían llegando noticias de concentraciones espontáneas en todas las ciudades de España. Las nueve de la noche y nadie se movía de allí, pese al frío. Nos llegó una nota que circulaba en manos de todo el mundo: A las doce en sol. Pásalo.

De pronto otra noticia que se propaga entre la gente: dos hindúes y tres marroquíes detenidos por su relación con los supuestos asesinos en Lavapiés. Los servicios de inteligencia por un lado y el gobierno por otro. Españoles en el extranjero, amigos de todos los puntos del planeta seguían mandando noticias de las principales cadenas televisivas del mundo: Bush lamenta que el apoyo de España a su guerra contra Irak haya tenido estas consecuencias para Madrid. En cambio, el gobierno no lo lamenta, sino que oculta toda la información y llama a la calma, e insiste en que en la jornada de reflexión el pueblo no puede salir a la calle para expresarse. Rugimos más aún: no nos vamos, sal al balcón, da la cara, PP responsable, PP culpable, vuestra guerra, nuestros muertos, vosotros teneis chófer, nosotros Cercanías, vosotros, fascistas, sois los terroristas. Diez de la noche y la gente sale hacia Sol tomando las calles sin permiso.

Yo me voy a Lavapiés para cenar un poco y ponerme algo de abrigo porque ya no siento las manos del frío. La plaza está vacía, y al llegar a la calle Cabeza nos encontramos con una chica joven que, en la puerta de su casa, aporrea una cacerola con la cabeza alta y el semblante grave. Tímidamente salen a los balcones vecinos que salen a aporrear las cacerolas. Primero es un suave tintineo, después comienzan a abrirse los balcones de todas las calles y comienza un zumbido ensordecedor que se expande por todo el barrio. Bajamos a la plaza, que comienza a llenarse de gente que aporrea sus cacerolas, sartenes e instrumentos con fuerza. Aparece una cámara de televisión alemana, mientras la plaza y las calles están llenas de gente protestando sin palabras, y en un momento precioso hasta parece que seguimos todos el mismo ritmo. Un ritmo fúnebre y contundente, seco, duro, lleno de rabia y solemnidad. Y marchamos todos hacia Sol, donde ni siquiera podemos entrar porque Madrid está en la calle. Siguen volando las noticias, siguen multiplicándose los mensajes de solidaridad con las protestas de otras ciudades, siguen propagándose las noticias. La policía ha cargado contra la gente en Zaragoza y en Barcelona. Están estudiando suspender las elecciones, ha aparecido en manos del PP, de repente, un vídeo en el que Al Quaeda reivindica el atentado, y la gente comenta asombrada e indignada que no salimos en los medios. En la SER comentan que pese a la toma de las calles por parte de la ciudadanía, no van a seguir retransmitiendo para mantener la calma y no calentar los ánimos. La censura del siglo XXI. Las cámaras, los micrófonos, y las luces desaparecen; sólo quedan los reporteros alemanes que trabajan a destajo, y nosotros gritando, y todas las calles que desembocan en Sol colapsadas. No hay banderas, no hay partidos, no hay magnetófonos, no hay organizadores, no hay órdenes. La multitud avanza espontáneamente hacia Atocha y la policía se retira discretamente. La calle es nuestra y caminamos por donde queremos, cortando el tráfico. Nadie rompe cristales, nadie destroza el mobiliario urbano, Madrid avanza cívicamente y Ansuátegui ordena invisibilidad. La policía apaga las sirenas, y las lecheras apenas son percibidas.
¡Veniros con nosotros!, grita alguno a los uniformados, que no se atreven ni a mirarnos a los ojos. La rabia está en el grito, en las palabras. La gente exige que el gobierno informe, que los medios informen, la gente exige que el gobierno asuma su responsabilidad, y que deje de mentir a un país entero, que a través de internet y los teléfonos móviles va conectandose con el mundo entero. Los medios nacionales ningunean la protesta y dejan claro de qué lado están. La gente alza sus móviles para que los que escuchan al otro lado perciban el ambiente que hay en Madrid. Más de un millón de personas bajan hacia Atocha por la calle del Prado y por la calle Atocha. Y circula otro papel: a las dos en punto cinco minutos de silencio. Pásalo.

Todos al suelo. Silencio sepulcral. No hay cámaras. Miles de velas encendidas, y se rompe el silencio con el grito lleno de orgullo: viva Madrid, y todos gritamos, viva, viva Madrid. Aznar escucha, el pueblo está en lucha, y las riadas humanas avanzan hacia el Congreso. En la radio solo se oye música y resúmenes del partido del Real Madrid. Las voces ya cascadas por el paso de las horas, los pies doloridos, y no hay miedo, no hay policía, solo el helicoptero rugiendo encima de nuestras cabezas, y una sensación de euforia al ver que somos tantos, que somos incontables. ¡También estuvimos en la manifestación de ayer!, decían algunos cartones a modo de pancarta.
Frente al Congreso, las lecheras protegiendo el recinto sagrado donde unos cuantos toman las decisiones sin preguntar. La gente vuelve a gritar, dijimos no a la guerra, dijimos no a la guerra, vuestra guerra, nuestros muertos, un pozo de petróleo por un pozo de sangre, embushteros, tve=nodo, urdaci nazi, queremos la verdad.

Pasamos el congreso, llegamos a la Gran Vía, seguimos por Hortaleza. La gente sale de los bares, los pubs y las discotecas. Unos se unen, otros provocan preguntando qué pasa y por qué tomamos las calles, y Madrid avanza imparable bajo la atenta mirada del helicóptero. Los porteros de las discotecas desde las que sale música evasiva y alegre nos miran alucinados, tratando de proteger los imperios del alcohol y la música entretenida. Llegamos a la sede del PP de nuevo, y la gente, pese al cansancio, sigue aullando.
Cuatro, cinco de la mañana, y la gente grita hoy protestamos, mañana os cesamos, a la hora de votar se tiene que notar, asesinos, mentirosos.

Agotada regreso a casa. En Sol hay cientos de velas encendidas, y decenas de ramos de flores y carteles, cartas, gritos de papel donde la gente demuestra su solidaridad y su cariño. La gente se arodilla, enciende más velas, y todo está en silencio. Siguen las pancartas colgando de todos los rincones de la Puerta del Sol; los servicios de limpieza esta vez respetan el dolor de una ciudad entera que llora a sus muertos. Banderas de todas partes del mundo, y escritos en árabe, no al terrorismo, PP responde, mensajes de las familias de los fallecidos, basta de horror, queremos la verdad, televisión manipulación, y cuatro mendigos apoyados contra la pared, rodeados de velas, en silencio. El pueblo llora, el gobierno miente. Lucía no te olvidaremos nunca. Papá te quiero. Esta no es nuestra guerra. Agotada, no puedo ni moverme de allí. Porque si la gente expresaba la rabia ante la mentira en la calle Génova, allí se concentra el dolor, el silencio, velas encendidas y flores congeladas del frío que hace.

Esto es lo que sucedió en Madrid la víspera de las elecciones. Y si en los medios no se quiso recoger esta toma de las calles por parte del pueblo madrileño, por lo menos que se difunda por la Red lo que pretende ser acallado y ocultado. Porque algo ha cambiado desde anoche: ya no tenemos miedo. Ni en Madrid, ni en el resto de las ciudades, ni los pueblos. Y no necesitamos partidos políticos que organicen manifestaciones: ya sabemos que Internet y los móviles cuentan lo que no cuentan los medios oficiales, y ya sabemos que tenemos una herramienta de comunicación, la del boca a boca, para expresarnos. Se nos han negado los derechos fundamentales que reconoce nuestra Constitución, y el pueblo ha pagado caro la incursión de su gobierno en una guerra por petróleo. Un pueblo que nunca ha tenido problemas con el mundo árabe, un pueblo que se indigna ante la mentira y los insultos del candidato a la presidencia de España. Madrid demostró que está llena de gente de todas las nacionalidades, edades y condiciones sociales que son sensibles, y fue anoche la verdadera democracia, la de la soberanía del pueblo, en la que la gente se expresaba libremente. Pásalo.


koral herrera

martes, marzo 16, 2004

TOMA MORENO

Qué momento (zer momentu?). El Teatro Arriaga en pie, batiendo palmas y bailando "Judy And The Dream Of Horses". Belle And Sebastian pletóricos, finalizando un concierto algo frío por momentos pero que acaba como una fiesta maravillosa, con la gente saltando de sus butacas para bailar en los pasillos todo lo que se habían reprimido encajonados en las butacas. Decido que esa es la mejor celebración posible para lo que me acababan de confirmar hacía minutos: la catarsis colectiva, la rebelión civil que me ha hecho volver a creer, aunque sólo sea un poco, en la democracia tal y como la conocemos en España. Hace casi un año reflejaba aquí mi escepticismo descarnado hacia la política y los políticos, zambulléndome en la realidad paralela de la música, mi refugio habitual. Pero estos últimos días me han demostrado de nuevo que somos más que ellos, y que por lo menos podemos echar a aquellos que se ríen de nosotros y poner a otros a prueba. Ya tendré tiempo de perder la ilusión de nuevo, ahora mismo puedo decir que he recuperado el optimismo y la fe en la gente.
Pensando en ello salto de mi sitio, por encima de las butacas, y trepo al palquito donde están Ade y Jon, bailando también. Jon me había dado una aspirina - el clavo del sábado, uno ya está mayor - después del concierto de Adam Green (gracioso, excéntrico y con una voz bien modulada pero sin educar, entre Duglas T. Stewart de los BMX Bandits y Joey Ramone... de Ramones, claro), pero en aquel momento parece que me hubiera dado un éxtasis, me va a estallar el pecho de la euforia. Lástima que sean los compases finales del concierto. Me habría gustado celebrarlo durante mucho más tiempo (y faltó "Legal Man": la llegan a tocar y se cae el teatro abajo).
Qué momento. Fue la guinda perfecta para un fin de semana fantástico, como siempre en Zarautz. El viernes vimos a Audience en el Ketarri de Getaria (donde quizá hagamos este verano una presentación del segundo volumen del "Café Bizarre", con Miqui Puig como estrella invitada por aclamación popular), y el sábado cenamos en una sagardotegi con poco carisma, entre local parroquial y pabellón de voluntarios de Muxía, pero con una tortilla de bacalao deliciosa y la compañía de Ade y sus amigas (Amaia, Mireia, Izaskun, soy una de vosotras), para acabar bailando y riendo hasta altas horas por los bares de downtown Zarautz, la playa de moda. Luego lo pagué en cuerpo y alma (siempre nos quedará la Clínica Quirón), pero afortunadamente me subió la aspirina.
Y lo mejor de todo: ¡les hemos echado!

lunes, marzo 08, 2004

Lee, lee otra vez la cita de Passolini que encuentras un poco más abajo. Dale al scroll, y léela de nuevo, detenidamente. Si tuviera tiempo para pararme a escribir, es más, si tuviera tiempo para pensar y para darle forma a mis pensamientos, actualizaría este blog más a menudo. Escribiría sobre el Odio (sobre el punto de vista de Ramón de España, el de Peter Bagge o el de The Delgados), o sobre la Circularidad de los Mitos (Astrud, The Aluminum Group y Cesare Pavese en un mismo post). Pero no tengo paz, por culpa de este nuestro mundo humano.
Tampoco soy un poeta, pero ese ya es otro tema. Lo que tengo claro es que esto no es un diario, aunque a veces lo parezca.

lunes, marzo 01, 2004

Para ser poetas, hay que tener mucho tiempo:
horas y horas de soledad son el único modo
para que se forme algo, que es fuerza, abandono,
vicio, libertad, para dar estilo al caos.
Yo ahora, tengo poco tiempo: por culpa de la muerte
que se me viene encima, en el ocaso de la juventud.
Pero por culpa tambien de este nuestro mundo humano
que quita el pan a los pobres, y a los poetas la paz.

Pier Paolo Passolini (1922-1975)



Todavía me duelen los ojos por la falta de sueño. Ayer estuvimos en la cuarta fiesta "En Plan Travesti", organizada por La Prohibida y otras bellezas postizas de la capital, viendo a Fran en directo. Pinchaba Mario Vaquerizo, loquísima, y también actuaron dos travestis de nombre impagable (Puti Record's), responsables de una de las frases de la noche, en uno de sus muchos intercambios de piropos con el público: En Marte hay vida, pero aquí hay más. El concierto de Fran quedó deslucido por el cochambroso sonido de la sala Flamingo (el viernes vimos allí mismo a Suburbia en el club Ocho Y Medio: Alex es encantadora, como siempre, pero con ese sonido todo parecía un desastre), pero no pareció importar mucho. "En Plan Travesti" es una fiesta de amigos, que a menudo raya en la autoindulgencia: qué mariconas somos y qué bien nos lo pasamos. Y subrayo lo de qué bien nos lo pasamos, yo me lo pasé bomba.
Aunque, como decía J, cada vez se está convirtiendo más en un megaevento, ayer estaba Boris Izaguirre, destacando en un rincón junto a la cabina.
Pasó a mi lado, y cuando cruzamos las miradas estuve a punto de saludarle. Es algo que me pasa últimamente con la gente de la tele. Me da la impresión de que les conozco (de hecho es así, se meten en mi casa cada día), y estoy a una décima de segundo de saludarles. Luego siempre me quedo con esa sensación de pardillo provinciano que, por otra parte, no me molesta en absoluto. Es lo que hay. A mí me pasaba eso con los viejos de Palma cuando hacía el programa en TVE Balears, me saludaba mogollón de gente a la que no conocía de nada. En cuanto logré controlar mi impulso y no saludarle, visualicé su nombre con una Y griega bien grande. Yzaguirre. Habíamos llegado al Flamingo sin haber pasado por casa, después de haber estado por la mañana en el Rastro, comprando discos y bebiendo vermú (Yzaguirre) con Murky, Tuyi y Muí, mis amigos de los nombres raros con las letras 'u' e 'i'. Lo interpreté como una señal del destino: Fran se puso mitinero en su concierto, pidiendo el voto contra el PP; estoy de acuerdo con su postura, pero no sé a quién votaré, porque ninguno me atrae. Puede que esas vocales cambiadas de sitio se merezcan mi apoyo. Ya veré. Por de pronto lo que tengo que hacer es arreglar lo del voto por correo, porque el fin de semana de las elecciones voy a estar en Euskadi, en primera línea de guerra.
Rebobino un día más.
El sábado por la noche, después de beber unos vinos en la maravillosa casa de la hermana de Tuyi con Juan Flesca y Laura y de salvar a Santiago Segura de un grave problema en su oficina, fuimos al Nasti, a la fiesta de presentación del festival Primavera Sound. Se habían caído los nombres internacionales del cartel, pero por suerte lo que nos interesaba a nosotros era el producto nacional. Y qué bien hicimos en ir a verlos: Veracruz es un grupo fantástico de post-punk y riot-funk, que por momentos recuerdan a The Cramps, a The Rapture o a Hello Cuca. Mamen compró su single en Yoyo Industrias y no hemos dejado de escucharlo todo el fin de semana. Ginferno es el nuevo fichaje de Ale Hop (y de Beat Generation, y de Astro; como dice Murky, una copro-ducción): me recordaron mucho al Patrullero, con un batería muy imaginativo que es más bien un percusionista alocado, y un sonido entre progresivo y primitivo, muy original. No sé qué tal serán en disco -a punto de salir al mercado-, pero en directo son para no perdérselos.
El fin de semana dio para más: vimos "Zatoichi" (un entretenimiento con destellos del gran Kitano) y, toco madera, ¡parece que hemos encontrado piso! Esta última noticia necesita madurar, no vaya a ser que me dé mala suerte y no nos lo dén, así que no me extiendo. Sólo espero que tengamos suerte y podamos quedarnos con un piso maravilloso que vimos ayer por la mañana. Qué nerviosssss.