lunes, octubre 20, 2003

La Pelota Vasca

Ayer fui al cine a ver "La Pelota Vasca - La Piel Contra La Piedra", el documental de Julio Medem sobre el conflicto vasco que parece poner tan nerviosa a la gente. Antes de emitir un juicio sobre el tema, he de dejar dos cosas bien claras: a nadie que me conozca siquiera un poco se le escapa mi simpatía por Euskadi y por todo lo vasco, y los fuertes vínculos que se consolidan aún más con los años; y es pública también mi admiración por Medem, por su cinematografía completa y su maravillosa manera de contar las cosas y dejarme siempre con un nudo en el estómago. Ambas cosas salen reforzadas después de haber visto su espléndido documental.
Para empezar, por las formas: dejando que hablen los protagonistas pero con un ritmo ágil que evita lo superfluo, abrumando al espectador con la belleza brutal de la naturaleza vasca, del monte y del mar, e iluminándolo todo, como no podía ser de otra manera, con la música de Mikel Laboa. Conocí a Laboa por medio de Le Mans, cuando grabaron en Mallorca su versión de "Ama Hil Zaigu", y desde entonces he comprobado el respeto inmediato que su nombre y su obra despiertan en cualquier vasco sensible. Como no podía ser de otra manera.
Pero, retomando el tema, lo importante de esta película es el fondo, la manera en que Medem cede la palabra a esos protagonistas para que cada cual, contando su personal visión del problema, vaya aportando su granito de arena a un hermoso intento de explicación que se queda en intento por la negativa de algunos a participar en él. Medem lucha por el diálogo como paso previo a cualquier solución, pero dos no pueden hablar si uno no quiere. En este sentido, el director pone en evidencia a quienes le critican con su disponibilidad para conceder entrevistas a medios y a periodistas que sabe que van a ir a por él, como le sucedió con la entrevista a Isabel San Sebastián para El Mundo (aunque es de destacar el rigor y el respeto de San Sebastián, que deja claro su desacuerdo pero rechaza también el linchamiento mediático sin sentido). Viendo la película, y el respeto con el que se trata el tema de ETA y de sus víctimas, viendo el rechazo a la violencia que desprende cada testimonio, no comprendo por qué hubo gente que no quiso completar con su presencia un retrato que, es evidente, queda cojo con ciertas ausencias inexplicables. Falta gente y faltan datos, pero es que esa gente no quiso salir. Y me parece ridícula la postura de quienes, sin haberla visto (ni falta que les hace, dicen), insisten en esparcir el odio y radicalizar el enfrentamiento, como se viene haciendo de un tiempo a esta parte por un sector muy determinado de la población. A la manera de Bush y su cruzada contra un terrorismo internacional que, en su mente, debe de ser como James Bond contra el Dr. No, Aznar y quienes le siguen el juego contaminan a la España menos leída con parábolas de buenos y malos, de blanco o negro sin escala de grises. Según esa teoría, el nacionalismo acaba equiparándose al terrorismo. Los nacionalistas son malos, odian a los españoles y los matan. Pero cualquiera que conozca mínimamente la sociedad vasca, el arraigo del sentimiento nacionalista -más o menos profundo-, y las complicadas pero al fin y al cabo fluidas relaciones sociales y familiares entre personas con diferentes ideas políticas, sabe que esa es la mejor manera de eternizar y radicalizar cada vez más el problema. Los nacionalistas moderados -que no tienen por qué tener ninguna simpatía por el PNV, ni tienen por qué albergar ideas independentistas ni rupturistas- tienen amigos, primos, novios, compañeros de trabajo cuyas ideas pueden ser más radicales, pero no afectan a su relación diaria. Medem, con su metáfora de la pared y el pelotari, toma partido finalmente por esos miles de vascos que no se sienten cómodos en ninguno de los dos bandos extremos, que van dando bandazos entre la dura pared del frontón y la callosa mano del pelotari. Se convierte en el portavoz de miles de personas que están hartas de la violencia de ETA, pero también de maniqueísmos y de que se aproveche esa situación para tergiversar la realidad y demonizar a adversarios políticos que nada tienen que ver con esa violencia, cuando no se aprovecha directamente para justificar la censura y el recorte de libertades básicas de los individuos. Medem, y con él muchísima gente con criterio y con conciencia, sólo pide un poco de sentido común a todas las partes.
Desde uno de esos bandos ciegos de rabia se ha pretendido criminalizar esa opinión aristotélica, a menudo sin haber visto siquiera el documental. El jaleo que ha montado esa jauría de histéricas ha venido de perlas a la promoción de una película inicialmente modesta, cuya productora ha visto multiplicada la demanda de cintas para su proyección en un número inusitado de salas para un formato tan poco popular. Algo bueno tenía que salir de todo esto. Ahora mucha más gente podrá contrastar esta versión con lo que escupe el Telediario, y gracias al ruido producido por anacronismos como Pilar del Castillo o -¡oh Dios mío, voy a mencionar su nombre!- Federico Jiménez Losantos, quizá Medem tenga más dinero para su próxima película, y su productora se arriesgue de nuevo con un documental de calidad. Gracias infinitas a los intransigentes y a los represores, por apoyar y promocionar el buen cine español.
Sí, he dicho español.

jueves, octubre 16, 2003

Asumo el riesgo: esto ya es prácticamente de facto un diario online, algo innecesario a estas alturas puesto que ya hay muchos y algunos muy interesantes, divertidos e incluso edificantes. Pero tampoco está mal dejar constancia de momentos que me resisto a dejar desaparecer así como así. Por otra parte, en breve pretendo aportar aquí algunas ideas que me rondan la cabeza desde hace semanas. Así que Bailar sobre arquitectura es una mezcla peculiar entre diario y dietario o cuaderno de notas y reflexiones varias. Interesante o no, depende de la intención con la que hayas entrado, y lo que sea que busques aquí dentro.
Ayer estuve paseando por Palma, y luego cenando, con Damon y Naomi, el célebre dúo folkie que estará actuando en la Cripta de San Lorenzo de Palma mañana por la tarde. Con ellos estaba Ira, un amigo suyo de Nueva York que es el agente literario de Dennis Cooper. Están, los tres más otra pareja -el primo de Damon y su chica- pasando unos días de vacaciones en Can Bovet, una casa alucinante en Sineu. Dentro de un rato me voy para allá. Ellos dicen que es tan maravillosa como en las fotos, así que tendré que comprobarlo en persona.
Durante nuestro paseo vespertino por Palma y la posterior cena, deliciosa, estuvimos hablando de mil cosas. De música, por supuesto: me pusieron al día sobre Mimi&Richard Fariña, una pareja de hippies pillados, familia de Joan Baez, con quienes suelen compararles, y también hablamos de Chickfactor, uno de mis fanzines preferidos desde hace años. Les comenté que por un pelo no consigo que Donovan asistiera a su concierto, y hablando sobre Kevin Ayers me dijeron que habían visto a Mike Rattledge en Londres, impecablemente vestido de traje y corbata. Parece que se alejó de la música y ahora trabaja en publicidad. Pero también hablamos de literatura, y de la industria del libro: no en vano compartía mesa con un agente literario y con los directores de Exact Change, una magnífica editorial independiente que a mí me descubrió, por ejemplo, el fascinante mundo de Denton Welch. Fue muy revelador poder asistir a sus comentarios sobre el mundillo literario, no tan distante del de la industria musical en muchos sentidos, pero mucho mejor organizado y con una calidad de vida mucho más elevada. Por supuesto, también mezclamos temas: en los Estados Unidos se considera la crítica musical como un género respetable, y algunos ensayos sobre rock ocupan primeros puestos en las listas de Non-Fiction.
También se habló mucho de cine y, cómo no, de política. Es reconfortante hablar con norteamericanos con dos dedos de frente, atentos a la peligrosa evolución de su país y, por ende, del resto del mundo.
Y hasta aquí una generosa ración de namedropping. Fue, ya lo he dicho, una velada realmente agradable.

lunes, octubre 06, 2003

Lo normal en este blog es escribir desde Madrid, en los momentos de ocio mientras Mamen (mi sweetheart, como la llama Alejo) está trabajando. Pero este fin de semana resultaba imposible, sedado como estaba por un medicamento de caballo que me tuvo zombie casi toda la semana. Ya ves, total para darme cuenta finalmente que todo era una falsa alarma de mi poca tolerancia ante las drogas blandas. Nunca más me como un pedazo de tarta de maría.
El viernes Mamen celebraba su cumpleaños. Tarde -el día D lo celebramos con una cena en Formentera, el chill-out de Ibiza-, pero rodeada de amigos en una cena buenísima que seguro que sale reflejada en The Last Dance, el weblog de Elena Cabrera.
El sábado, ya decidido a prescindir de la medicina y recuperado mi sanísimo estado normal (los enclenques y aparentemente frágiles somos los más resistentes, o el huracán puede acabar con el roble, pero jamás podrá tumbar al junco), estuve comprando algunos discos en Ama. Comprar discos es todo un rito, y las tiendas especializadas en música electrónica, donde puedes escuchar lo que has seleccionado previamente, se están convirtiendo en mis preferidas. Mi economía, frágil y enclenque como yo, y mi pereza para estar al día de los mil lanzamientos en los dos mil subestilos del downtempo y los beats con melodías bizarras, que es por donde me gusta moverme en este tipo de tiendas, hacen que me guíe tanto por el precio como por la intuición. En Ama, lo del precio está claro: entrando a la derecha hay un cajón de ofertas (pero menos, tampoco hay grandes gangas). La intuición la pone cada uno, y la escucha posterior en los platos de la casa confirma o descarta las elecciones. En mi caso, sesenta por ciento de acierto, me fui a casa más contento que Mamen, que iba con zapatos nuevos: maxis de Leila, Blue States, un tipo que responde al nombre de Jean-Michel, así a secas, y edita en Rex Records, subsello de For Us Records y Rough Trade (la tienda), y otro cuyo nombre no recuerdo y que mencionaba a King Tubby en el título (y en el espíritu). Me quedé con las ganas de ir a Recycled Music Center, una tienda de segunda mano en la calle de la Palma cuyos cajones de downtempo y reggae, aunque exiguos, escondían muchas joyitas a muy buen precio.
Por la noche fuimos a La Casa Encendida, que no es una okupa aunque el nombre pueda llevar a engaño. Al contrario, es uno de esos templos de la cultura moderna que levantan las cajas de ahorros con una pequeña parte del dinero que están obligados por ley a destinar a obra social y cultural. O sea, que mucha videocreación y muchas nuevas tecnologías y mucha multimedia aplicadas al arte, que es lo que se lleva ahora en este tipo de centros polivalentes. Íbamos a ver a Jad Fair y a Wire, o sea, a un concierto de punk, pero en la puerta había un señor con corbata muy educado, y los conciertos empezaban super puntuales y a las once ya estábamos en la calle. Todo muy civilizado y muy ICA. Por lo menos la barra era de las chungas de verbena, y olía a la cerveza derramada de los días anteriores. Algo es algo.
Jad Fair presentaba un espectáculo delirante, basado en la improvisación vocal, muy sencillo pero tremendamente efectivo. No sé si se lo pasaban mejor ellos o el público, pero si esto es arte me apunten de aspirante a intelectual, que me mola. Sampleándose a sí mismos, Fair y un colega pilladísimo jugaban rítmicamente con sus voces como lo haría un niño de cinco años a quien le acaban de regalar un micro de esos de la bruja, superponiendo ritmos, sonidos guturales y melodías desafinadas. Experimentos de los futuristas del siglo pasado, human beatbox, Bobby McFerrin de frenopático. Quién nos iba a decir hace unos años que veríamos a Jad Fair vendiendo arte moderno, o a Daniel Johnston de estrella del pop en Benicàssim. A su manera versionearon a Johnston, y también a Elvis, a Johnny Cash e incluso hicieron el "Route 66". Cuesta creer que en un entorno tan aparentemente hostil al rock'n'roll se tomen en serio este tipo de manifestaciones culturales, pero es que además a continuación actuaban Wire, ni más ni menos.
El concierto de Wire era de esos en los que hay que estar. Es decir, que a pesar de que mucha de la gente que fue a verlos no tenía ni idea de por dónde iban los tiros (bueno, quizá sabían que iban a ver a un grupo punk, y desde luego que muchos de ellos de tiros saben un rato largo), allí estaba le tout Madrid. El sonido era infame, al menos desde nuestra posición, pero el grupo estuvo pletórico, a la altura de lo poco que pude ver en el Primavera Sound. Cuarenta tacos largos cada uno, y no sólo mantienen una energía envidiable (que eso también lo tienen aún los Buzzcocks, por ejemplo), sino que suenan más actuales que la mayoría de sus alumnos. Viendo a Wire, sus estructuras cubistas y sus crescendos taladrantes, comprendes por qué un grupo como ellos puede actuar en una sala de arte moderno y salir airoso del envite. Como Sonic Youth, estos cuatro tienen un concepto detrás que los protege y los eleva, pero, como Sonic Youth, a la hora de hacer el cafre también son los primeros. No es que moleste el rollito ICA, que uno se va haciendo mayor y le mola ver las cosas tranquilamente y sin apuros, y además ya llevo muchos años peleándome donde me dejan por que se tome un poco más en serio esto del rock'n'roll, porque no hacerlo es como no tomarse mi vida en serio, y eso es muy poco serio.
Bueno, por último, después del concierto salimos por la decadencia de Malasaña (el Tupperware parecía el Maravillas de hace años, todo Kula Shaker y Manic Street Preachers) con mi gran amigo Tuyi, que está en Madrid montando su documental sobre Miquel Barceló. Con el auge que tiene últimamente lo del cine documental, cualquier día vemos a Tuyi en el lugar que le toca. Otro día hablo de él, que se lo merece.