La Pelota Vasca
Ayer fui al cine a ver "La Pelota Vasca - La Piel Contra La Piedra", el documental de Julio Medem sobre el conflicto vasco que parece poner tan nerviosa a la gente. Antes de emitir un juicio sobre el tema, he de dejar dos cosas bien claras: a nadie que me conozca siquiera un poco se le escapa mi simpatía por Euskadi y por todo lo vasco, y los fuertes vínculos que se consolidan aún más con los años; y es pública también mi admiración por Medem, por su cinematografía completa y su maravillosa manera de contar las cosas y dejarme siempre con un nudo en el estómago. Ambas cosas salen reforzadas después de haber visto su espléndido documental.
Para empezar, por las formas: dejando que hablen los protagonistas pero con un ritmo ágil que evita lo superfluo, abrumando al espectador con la belleza brutal de la naturaleza vasca, del monte y del mar, e iluminándolo todo, como no podía ser de otra manera, con la música de Mikel Laboa. Conocí a Laboa por medio de Le Mans, cuando grabaron en Mallorca su versión de "Ama Hil Zaigu", y desde entonces he comprobado el respeto inmediato que su nombre y su obra despiertan en cualquier vasco sensible. Como no podía ser de otra manera.
Pero, retomando el tema, lo importante de esta película es el fondo, la manera en que Medem cede la palabra a esos protagonistas para que cada cual, contando su personal visión del problema, vaya aportando su granito de arena a un hermoso intento de explicación que se queda en intento por la negativa de algunos a participar en él. Medem lucha por el diálogo como paso previo a cualquier solución, pero dos no pueden hablar si uno no quiere. En este sentido, el director pone en evidencia a quienes le critican con su disponibilidad para conceder entrevistas a medios y a periodistas que sabe que van a ir a por él, como le sucedió con la entrevista a Isabel San Sebastián para El Mundo (aunque es de destacar el rigor y el respeto de San Sebastián, que deja claro su desacuerdo pero rechaza también el linchamiento mediático sin sentido). Viendo la película, y el respeto con el que se trata el tema de ETA y de sus víctimas, viendo el rechazo a la violencia que desprende cada testimonio, no comprendo por qué hubo gente que no quiso completar con su presencia un retrato que, es evidente, queda cojo con ciertas ausencias inexplicables. Falta gente y faltan datos, pero es que esa gente no quiso salir. Y me parece ridícula la postura de quienes, sin haberla visto (ni falta que les hace, dicen), insisten en esparcir el odio y radicalizar el enfrentamiento, como se viene haciendo de un tiempo a esta parte por un sector muy determinado de la población. A la manera de Bush y su cruzada contra un terrorismo internacional que, en su mente, debe de ser como James Bond contra el Dr. No, Aznar y quienes le siguen el juego contaminan a la España menos leída con parábolas de buenos y malos, de blanco o negro sin escala de grises. Según esa teoría, el nacionalismo acaba equiparándose al terrorismo. Los nacionalistas son malos, odian a los españoles y los matan. Pero cualquiera que conozca mínimamente la sociedad vasca, el arraigo del sentimiento nacionalista -más o menos profundo-, y las complicadas pero al fin y al cabo fluidas relaciones sociales y familiares entre personas con diferentes ideas políticas, sabe que esa es la mejor manera de eternizar y radicalizar cada vez más el problema. Los nacionalistas moderados -que no tienen por qué tener ninguna simpatía por el PNV, ni tienen por qué albergar ideas independentistas ni rupturistas- tienen amigos, primos, novios, compañeros de trabajo cuyas ideas pueden ser más radicales, pero no afectan a su relación diaria. Medem, con su metáfora de la pared y el pelotari, toma partido finalmente por esos miles de vascos que no se sienten cómodos en ninguno de los dos bandos extremos, que van dando bandazos entre la dura pared del frontón y la callosa mano del pelotari. Se convierte en el portavoz de miles de personas que están hartas de la violencia de ETA, pero también de maniqueísmos y de que se aproveche esa situación para tergiversar la realidad y demonizar a adversarios políticos que nada tienen que ver con esa violencia, cuando no se aprovecha directamente para justificar la censura y el recorte de libertades básicas de los individuos. Medem, y con él muchísima gente con criterio y con conciencia, sólo pide un poco de sentido común a todas las partes.
Desde uno de esos bandos ciegos de rabia se ha pretendido criminalizar esa opinión aristotélica, a menudo sin haber visto siquiera el documental. El jaleo que ha montado esa jauría de histéricas ha venido de perlas a la promoción de una película inicialmente modesta, cuya productora ha visto multiplicada la demanda de cintas para su proyección en un número inusitado de salas para un formato tan poco popular. Algo bueno tenía que salir de todo esto. Ahora mucha más gente podrá contrastar esta versión con lo que escupe el Telediario, y gracias al ruido producido por anacronismos como Pilar del Castillo o -¡oh Dios mío, voy a mencionar su nombre!- Federico Jiménez Losantos, quizá Medem tenga más dinero para su próxima película, y su productora se arriesgue de nuevo con un documental de calidad. Gracias infinitas a los intransigentes y a los represores, por apoyar y promocionar el buen cine español.
Sí, he dicho español.
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