La mañana había sido nublada y gris, pero cuando dejé a Rob Mazurek y a Mauricio Takara en el hotel, dispuesto a volver al aeropuerto para recoger a Martin Rev, pareció como si se hubiera hecho de noche de repente. Comenzó a llover, tímidamente primero, y Mazurek hizo una broma sobre la llegada de Martin, el Príncipe de las Tinieblas. En pocos minutos, la lluvia era torrencial: parecía como si lanzaran el agua a cubos sobre el parabrisas de mi coche, y en cuanto salí al espacio abierto de la autopista, el viento lo zarandeaba violentamente hacia un lado.
Llegado al aeropuerto, y tras una corta espera, Martin salió con su maleta. El temporal había amainado tan repentinamente como llegó.
A la noche siguiente, tuve que ir a la radio mientras actuaban Barbara Morgenstern y Robert Lippok. En cuanto acabé el programa salí corriendo de la radio, y nada más entrar en el coche, un relámpago iluminó el cielo y las nubes soltaron su carga con violencia. Miré el reloj: eran las once y cinco. Martin acababa de empezar su concierto.
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