miércoles, noviembre 10, 2004

Cuando James Joyce publicó su primera novela, recibió una excelente crítica de H.G. Wells. Tras la publicación de Ulises, Joyce recurrió a Wells para pedirle, supuestamente, ayuda económica y así poder seguir escribiendo. La respuesta de Wells me parece una perfecta explicación de por qué no debemos perder el tiempo con las obras de arte que, aun ensalzadas por todo el mundo a nuestro alrededor, no acaban de convencernos o directamente no nos gustan. Podía haber contado la fábula del nuevo traje del emperador, pero no es exactamente el caso, y además esto es como más oscuro y puede que interese a alguien. A mí me encantó leerlo.
(La traducción es de María Román).

Mi querido Joyce,
He estado estudiando su obra y pensando en usted durante mucho tiempo. El resultado es que creo que no puedo hacer nada para dar a conocer su trabajo. [...]
Y ahora por lo que concierne a ese experimento literario suyo. Es algo considerable y en su abigarrada composición muestra un poderoso genio para la expresión, un talento que, sin embargo, ha escapado a la disciplina. Pero no creo que lleve a ninguna parte. [...] Sus dos últimos libros han sido más divertidos de escribir de lo que nunca serán de leer. Yo, por ejemplo, soy un típico lector común, ¿me gusta mucho su obra? (¿Derivo placer de la misma?). No. [...] Y me pregunto consecuentemente ¿quién coño es este Joyce para exigirme tantas horas de vigilia de las pocas que me quedan por vivir para poder lograr una apreciación cabal de sus ingeniosidades, fantasías y peculiaridades narrativas?
Esto es todo lo que tengo que decir al respecto. Quizás sea usted quien tenga razón y no yo. Su trabajo es un experimento extraordinario y haría lo que fuera por evitar que fuera interrumpido o restringido. Tiene sus partidarios y sus seguidores. Que ellos se gocen con él. Para mí es un punto muerto.
Mis mejores y más cálidos deseos para usted Joyce. Yo ya no puedo seguir su bandera como usted no puede seguir la mía, pero el mundo es ancho y hay sitio suficiente para que los dos nos equivoquemos en él.
Suyo,
H.G. Wells