lunes, noviembre 08, 2004

En el Tanned Tin, Llorente y Vinuesa dijeron que me leen, que actualice. No deja de sorprenderme que haya gente que entre aquí por su propia voluntad. Por lo menos ambos son amigos (míos), así que harán buen uso de lo que lean, seguro.
Ya que estoy, contaré un par de cosas sobre el Tanned Tin. Como que estoy muy orgulloso del fantástico concierto de Shannon Wright (porque la llevé yo, que soy el que chano de la Shannon), o que The American Analog Set llevaban un vibráfono que tiene muchos números para ser el mismo que toqué yo para el anuncio de IKEA. De Call&Play, vamos.
Ahorraré los comentarios sobre los mejores conciertos (además de los mencionados, Thalia Zedek y Xiu Xiu dejaron huella) y pasaré a la información útil, las excursiones gastronómicas con Borja Bas y Víctor Lenore: el sábado, tras un paseo de resaca por la playa, dejé que mi subconsciente me llevase hasta la puerta del restaurante San Lorenzo (en la calle Bonifaz, cerca de la Filmoteca de Santander). El menú ha subido un euro desde que lo descubrimos hace dos años, y la música era bastante infumable, pero parece que no han cambiado de cocinero. Muy recomendado.
Pero el descubrimiento absoluto, tras largos minutos de búsqueda bajo la fina lluvia cantábrica, fue el restaurante La Chulilla, en la avenida Sotileza. Un bar de barrio obrero, pescador e industrial, a espaldas de la avenida de las marisquerías y al final de una calle desierta como de polígono en decadencia, pero con una cocina fabulosa, para chuparse los dedos.
De camino hacia allá buscaba una justificación para escribir aquí y luego no publicitar la existencia de esta página (algo que no fuera el manido lo hago porque me gusta, y si luego le gusta a alguien más, pues mejor, que eso está ya muy visto). En otro post ya explicaba un poco las motivaciones -escribo porque me gusta leer(me)-, y en ese camino hacia La Chulilla expliqué que escribo para mis amigos, sobre todo para los que están lejos y se alegran de saber de mí (dicen que es como hablar conmigo, ellos sabrán). Añado una nueva utilidad: cuando vuelva a Santander podré buscar el San Lorenzo y La Chulilla, con direcciones incluidas, sin tener que recurrir a mi subconsciente maltratado por el alcohol y la marihuana.