Yo no suelo recordar mis sueños, pero en el de anoche, sentado en la mesa de al lado en una terraza mientras un cantautor aburrido cantaba sus canciones, un músico inmigrante (de los de acordeón y amplificador en carrito de la compra) hablaba con su compañero. Nada tiene demasiado sentido, pero siempre hay un sentido latente. Al fin y al cabo era un sueño.
El músico le decía algo así a su amigo:
- Hace treinta o cuarenta años, en este país, un cantautor callejero era respetado por cumplir una función social, de denuncia y de protesta contra una injusticia flagrante que afectaba a toda la población por igual. Hoy es una figura obsoleta, un anacronismo que trata de hacerse oir por encima de las conversaciones más o menos banales, con la vana esperanza de llegar algún día a hacerse un hueco en una industria más obsoleta todavía, y abandonar las calles para que las ocupe gente como nosotros.