Mientras el 90% de la población se apelotonaba en distintos puntos de la ciudad tratando de ver los fuegos artificiales (veinte minutos de efímera belleza populista, pan y circo sin sangre para las fiestas de Palma), un reducido grupo de galos resistía al invasor en la aldea creada por Casatomada, la revista que dirige Horacio Alba con ayuda de Xisco Bonnín, de Víctor Conejo y de Tuyi, entre otros.
La fiesta que organizó Casatomada el viernes no parecía que fuese en Palma. Un concierto en un local lleno de gente ¡en un segundo piso! ¡Con los balcones abiertos! Parecía que hubiesen vuelto de repente los años 80, cuando iniciativas como ésta eran más habituales y también más espontáneas.
El concierto dio comienzo con Trailer, en la mejor actuación que les recuerdo. No les había visto aún en su nueva formación de quinteto (sexteto, en realidad, pero como el recién incorporado cello no se oía lo dejaremos en stand by), y hubo momentos realmente brillantes. Cada miembro del grupo, empezando por ese batería que hace que parezca fácil lo difícil, estaba perfecto y centrado en su labor, ayudando a construir el edificio común. Debo reconocer que aumenta mis simpatías el hecho de que todos sus instrumentos sean tan bonitos (¡un Rhodes, un vibráfono, una Jaguar!), pero esos desarrollos en crescendo a lo Jim O'Rourke, entre post-rock y avant-pop de Chicago, empezaron por fin a demostrar que Trailer son capaces de ofrecer todo lo que prometen desde hace tiempo, todo lo que muchos llevamos esperando con ganas de ellos.
A continuación, La Costa Brava vinieron en formato semireducido (faltaban batería y bajista), pero eléctrico. A pesar de que les faltaban ensayos -lo de cantar a cuatro voces es muy valiente, y cuando sale bien pone los pelos de punta, pero hay que machacarlo y machacarlo para que empaste-, con canciones como las que forman su repertorio es imposible salir mal parados. Al revés, su concierto fue un triunfo en toda regla. Un concierto agradable, casero, redondeado con magníficas canciones como Dos ostras, Adoro a las pijas de mi ciudad o El cumpleaños de Ronaldo, y con guindas como las versiones de The Flaming Lips o el emocionante final borrachuzo con los cuatro cantando La vida sigue igual, de Julio Iglesias II.
Acabamos jugando a fútbol en la calle e intercambiando banderines en el Guirigall, pero eso ya forma parte del ámbito de la esfera privada de las personas, y esto no es un diario personal, aunque a veces lo parezca.
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