Hoy sale en Público la crítica que he escrito sobre el nuevo disco de The Magnetic Fields. Por falta de espacio (y porque es algo a lo que aún debería dedicarle un poco más de tiempo), me quedé sin comentar nada sobre la portada del disco.
Aparentemente, un diseño sencillo y de aire pop. Pero ¿no querrá Stephin Merritt sugerir que escuchando este disco podemos descubrir qué pasa tras la puerta de un lavabo de caballeros?
5 Comments:
¿está online la crítica?
no m'aparez!
pues me temo que no. les crítiques de discus non paecen nunca na páxina web.
Oich! Qué mal rollo el Stephen Merrit ese...
Mira que al principio de los principios me parecía interesante su propuesta, pero es que fue sufrirlo en directo para que se me derrumbaran todos los esquemas. La verdad es que por entonces iba dispuesto a ver una persona con gran sensibilidad,etc, y cuando me topé con semejante idiota haciendo sufrir a la audiencia con un espectáculo bochornoso, la verdad es que no pude más y, desde ese momento, todo lo veo desde otro prisma.
Debe tener su cosa, pero inclusdo esta propuesta se me queda a medio camino entre todo sin llegar a nada fijo, y no llego a pillar su gracia (si es que la tiene)
Claro, que este es de los que explotan su bordería, como Bono puede vender su bondad infinita o a la Amy su yonkerío extremo.
te ha recordado al cartel del baño de hombres de tu antiguo trabajo?
hala, como ya salió y no aparece en la web, aquí queda la crítica en cuestión:
El concepto es el concepto
Sí, el disco se llama "Distortion" y, como los dos anteriores, se mantiene fiel al título como argumento conceptual. Pero eso no debe desviar la atención de lo que realmente importa cuando nos encontramos ante un compositor de la altura (artística) del neoyorquino: las canciones. Las de este octavo disco son maravillas entre lo profundo y lo superficial, que tratan de llegar a esa superficie atravesando muros de distorsión. Vehículos melódicos de acabado imperfecto para envolver en acordes y pitidos la visión depresiva, autocompasiva y extremadamente sarcástica de la vida que tiene su autor. Aquí hay canciones tristes pero pegadizas, de las que se componen para poder llorar bailando, y muchos ejemplos de ese ingenio irreverente e hilarante que aquí remitiría a Quevedo y que los anglosajones llaman simplemente wit. Aunque es una pena que para disfrutar del disco en su integridad haya que leer las letras, Stephin Merritt se gana la cuarta estrella gracias a lo divertido e inteligente de su pluma (la de escribir).
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