Estaba escuchando Acid, de Ray Barretto. Un gran disco para animar un domingo por la mañana. Al llegar a A deeper shade of soul, me concentré en la línea de piano, un dibujo contagioso que se repite hasta la saciedad y hace que te pierdas en su ritmo sabroso. Al abstraer esa línea de piano del resto de instrumentos (deformación de amateur), descubrí algo que me había pasado absolutamente desapercibido a pesar de los cientos de escuchas anteriores: en su eterna letanía rítmica, el pianista ¡comete un error! Ataca una nota falsa, para inmediatamente regresar a la armonía del conjunto. Esto, que parece una tontería, me hizo una ilusión tremenda. No por descubrir un error ajeno, sino por justificar los propios, claro. ¿Por qué no iba yo a cometer mis errores, si el mismísimo Louis Cruz también los cometía, y en sesiones de grabación que quedaban para la posteridad? Es más, ese ínfimo error (que me costó años percibir) confirma la teoría de que lo importante es la atmósfera, el sentimiento, la frescura y la espontaneidad que pueda transmitir la grabación, o el directo, a pesar de los posibles errores que sólo un oído avezado o especialmente atento puede notar. Y a fe que A deeper shade of soul no pierde un ápice de su fascinante calidad por ese pequeño error.
No es la primera vez que me pasa: Paul McCartney tiene también sus pifias en los primeros discos de los Beatles. Pero es que uno es pianista, y el disco de Barretto ha sido de siempre un favorito. Qué ilusión, Louis Cruz cometiendo un fallo.
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